
Feminismo: una contribución crÃtica al diseño
El feminismo ha aportado una manera más sensible e inclusiva de entender el diseño.
Raquel Pelta | Enero de 2012 |
El feminismo en la mayorÃa de sus formas, propone o demanda una actitud polÃtica y/o ética. Como dice Lucy Lippard: «El feminismo es una ideologÃa, un sistema de valores, una estrategia revolucionaria, una manera de vivir.»
El feminismo ha tenido un papel central en el desarrollo de modelos crÃticos de lectura de las imágenes, espacios y objetos. En relación con el diseño, las feministas han puesto en duda algunos de sus grandes paradigmas y, como en otros territorios, han expresado su interés por lo especÃfico, lo particular y lo local, ampliando asà el campo de mira de la disciplina. Se puede decir que, como en casi todas las áreas de la actividad cultural, también en el diseño ha surgido una práctica especÃficamente feminista aunque, todo hay que decirlo, hoy por hoy es minoritaria si la comparamos con lo que ha sucedido, por ejemplo, en el arte, donde las perspectivas feministas han ido consolidándose.
En toda reflexión feminista relacionada con la arquitectura y el diseño, uno de los primeros puntos de partida ha sido la pregunta: ¿De qué manera los ambientes diseñados en los que vivimos, trabajamos y actuamos y las herramientas que utilizamos se adecuan a nuestras necesidades, tanto estéticas como funcionales? En la sociedad actual, los lÃmites entre lo público y lo privado, la casa y el trabajo, la ciudad y sus periferias, la producción y el consumo, etc…, –ámbitos tradicionalmente separados–, se borran e interfieren entre sÃ, lo que da lugar a que surjan nuevas necesidades que precisan de respuestas innovadoras porque, tal y como se subraya desde la crÃtica feminista, la mayorÃa de la gente, por muy privilegiada que sea, tiene poco control sobre cómo se forma o cambia el ambiente en el que se desenvuelve.
Nuestras calles, nuestros parques, nuestros edificios, nuestras herramientas, nuestros libros o nuestros anuncios nos vienen impuestos. Desde la perspectiva feminista, se trata de poner en cuestión esas dicotomÃas tradicionales –lo público y lo privado, el dentro y el fuera– , de tomar conciencia de su existencia y de proponer ideas y proyectos para que tenga lugar un cambio que dé lugar a un mundo donde las necesidades de las mujeres se revisen a la luz de las nuevas realidades sociales. La idea es hacerlo desde la contribución crÃtica de las mujeres que, en este caso concreto, actúan como diseñadoras y usuarias porque de lo que se trata es de hacer un diseño más sensible a las necesidades femeninas, pero no sólo a esas necesidades en concreto, sino con ellas a las de toda la población aunque eso sÃ, respetando sus diferencias. El objetivo es que surjan nuevas estrategias de diseño. De ahà que las propuestas en los diversos campos de la arquitectura y del diseño coincidan siempre en impulsar las prácticas inclusivas que desafÃen cualquier ideologÃa dominante que separe, divida o elimine la identidad.
![]() |
Amelia Amon, exposición fotovoltaica interactiva para el Liberty Science Center. |
Arquitectura feminista: de los arquetipos simbólicos a las «necesidades especiales»
Por lo que se refiere a la arquitectura, las feministas se han interesado especialmente por cómo ha tratado y trata esta disciplina las necesidades femeninas, empezando por cómo el ambiente construido influye en la identidad de género y cómo los arquitectos han entendido el cuerpo femenino y la sexualidad en relación con el espacio y el lugar.
Susana Torre ha trabajado sobre arquetipos simbólicos en el diseño arquitectónico contrastándolos y observando como se corresponden con las ideas definidas culturalmente de masculinidad y feminidad y como se relacionan con las ideas de orden y desorden, interior y exterior, público y privado, percibidas como polaridades irreconciliables más que como opuestos complementarios.
Asimismo, las feministas han llamado la atención sobre las limitaciones que el espacio urbano supone para las mujeres. Han indicado, por ejemplo, que la organización espacial de los barrios de las afueras de la ciudad beneficiaba a los hombres y entorpecÃa a las mujeres que no sólo se encontraban aisladas de las actividades urbanas sino, también, de las otras mujeres de su vecindario.
En ese sentido, han apoyado las iniciativas del Nuevo Urbanismo, entre ellas la de crear una zonificación mixta en la que haya vecindarios con servicios públicos descentralizados y nuevos tipos de edificios y en la que éstos, el trabajo y otras actividades se encuentren en un área tan próxima que uno pueda desplazarse caminando. En esta lÃnea, Dolores Hayden presentó en 1980 HOMES (las siglas de Homemakers Organization for a More Egalitarian Society –Organización de Amas de Casa para una Sociedad más Igualitaria) un proyecto urbanÃstico utópico que iba acompañado de un programa y una propuesta de diseño y que vio la luz en un artÃculo titulado «¿Cómo serÃa una ciudad no–sexista?», publicado en Signs: Journal of Women in Culture and Society. En ese anteproyecto describÃa un grupo hipotético constituido por unas cuarenta familias que representaban la composición real de las familias americanas en 1980: el 15 por ciento de padres solteros con niños, un cuarenta por ciento de parejas en las que ambos trabajaban fuera de casa y sus niños, un 35 por ciento de parejas en las que sólo uno de los miembros tenÃa empleo y sus hijos y un diez por ciento de residentes solteros. La población total consistÃa en 69 adultos y 64 niños.
La comunidad HOMES combinarÃa instalaciones colectivas con viviendas privadas y espacios al aire libre. HabrÃa un centro de atención de dÃa, otro que elaborara comidas para llevar, para los ancianos y el mencionado centro de atención, una lavanderÃa, una cooperativa de alimentación con tienda de comestibles, un garaje con dos camiones para la distribución de alimentos y el transporte, parcelas para el cultivo y una oficina de ayuda. Todos los servicios estarÃan destinados a los miembros de la comunidad pero, también abiertos a cualquier usuario. Hayden comentaba, sin embargo, que era prioritario remodelar los barrios existentes antes que construir nuevas áreas residenciales. Una de las salidas podrÃa ser transformar las viviendas individuales en residencias multifamiliares.
Lo que, sin duda estaba detrás del proyecto de Hayden era el reconocimiento de que, aunque cada vez habÃa más hombres participando en las tareas domésticas, las mujeres todavÃa seguÃan siendo las responsables del mantenimiento de la vida doméstica. La creación de HOMES era una solución desde el diseño urbanÃstico a las dificultades que planteaba lo que era una realidad.
Por otra parte, durante las tres últimas décadas del siglo XX, las mujeres se han replanteado el uso de su espacio privado que se ha convertido, también, en un espacio de economÃa. Para las arquitectas feministas, la manera en que están diseñados los ambientes en los que nos movemos refuerzan los roles femeninos de esposa, ama de casa, persona que cuida de los niños, mientras ignoran e impiden la participación en actividades que van más allá del hogar y de la vecindad.
El espacio del hogar ha tenido y aún tiene especiales significados para las mujeres, no sólo porque tradicionalmente lo han concebido como un lugar donde podÃan protegerse de las incertidumbres sino, también, como un espacio donde las mujeres han disfrutado de aquellas potestades que no podÃan alcanzar en otros lugares. Para muchas mujeres, especialmente las más pobres, el hogar ha sido, asimismo, su principal fuente de poder económico. Tener un hogar da derecho al apoyo básico de la sociedad y se percibe como una inversión social. El derecho a una casa es el derecho a definir un ambiente y por tanto a las polÃticas que afectan a la calidad de su vida.
Una de las cuestiones crÃticas que a menudo han surgido entre las feministas ha sido la de si el hogar puede ser un sitio para el trabajo no doméstico. La cultura occidental considera que para que la mujer forme parte de las «fuerzas productivas» de la sociedad tiene que salir de su casa, «hurtando asà tiempo de sus responsabilidades domésticas y sustrayendo espacio de su ambiente doméstico», como dice Ghislaine Hermanuz. Se tratarÃa, pues, de reconsiderar la antigua noción de “la esquina de la mesa de cocinaâ€, es decir, aquel mÃtico lugar desde el que las mujeres han llevado a cabo tareas que iban más allá de las funciones domésticas, sin dejar de cumplir con ellas. O lo que es lo mismo, mirar de otro modo –y en sentido metafórico– ese lugar desde el que las mujeres han escrito novelas, han resuelto problemas cientÃficos, etc., mientras cuidaban de sus hijos. Esa “esquina de la mesa de cocina†puede volver a recuperarse, sin duda, gracias al desarrollo de las nuevas tecnologÃas que permitirÃan, ahora, llevar a cabo un trabajo productivo pero de una manera más flexible. La cuestión planteada desde el feminismo es si se pueden desarrollar nuevas formas de urbanismo que expresen el papel del trabajo como una herramienta de poder y socialización para las mujeres.
Ello ha llevado a una reflexión dentro del campo del interiorismo, con el análisis de la unidad de habitación y cómo organizarla para cubrir las necesidades laborales de las mujeres. Uno de los referentes han sido las propuestas de Jane Jacobs que ya en los años 1960 comenzó a trabajar a partir de nociones como la de visibilidad de los espacios abiertos desde lugares como la cocina.
Y hablando de la cocina como lugar central para las mujeres durante siglos, las feministas han puesto de relieve que este espacio de la casa a lo largo del siglo XX ha sufrido una planificación hecha por hombres y que éstos jamás han trabajado en ella. De hecho, las feministas han denunciado que muchos de los sistemas se han aplicado a la cocina –supuestamente con afán de racionalizar las tareas y ahorrar tiempo– lo único que han hecho es generar más trabajo que, a la larga, ha impedido la dedicación de las mujeres a otros aspectos de su vida.
Ahora bien, tal y como están configuradas las viviendas actuales, las arquitectas feministas se preguntan: ¿cuántos apartamentos tienen ventanas que permitan ver lo que sucede, por ejemplo, en el patio? Otros interrogantes que surgen son: ¿cuánta gente vive en lugares donde el espacio de juegos para niños forma parte de los esquemas de diseño? Y ¿cuántas madres pueden dedicar tiempo a contemplar como juegan sus hijos? Incluso para una mujer que sea ama de casa a tiempo completo poder mirar cómo lo hacen es un lujo. Un buen diseño arquitectónico deberÃa tener en cuenta todos los cambios económicos, culturales y sociales que han tenido lugar en la vida de las mujeres y que han provocado la transformación del «ambiente doméstico».
![]() |
Nancy Perkins y John Gard, “Aqua Gunâ€, ca. 2000. |
Las crÃticas feministas como Ghislaine Hermanuz han recordado que si bien actualmente los espacios de trabajo y de vivienda están separados, no siempre ha sucedido asÃ. Como ejemplo, se refieren a las granjas tradicionales o a los talleres medievales situados frente a la residencia. La Revolución Industrial, además de la división del trabajo y con ella también la de género, provocó una separación entre los espacios productivo y reproductivo. La casa, entonces, se convirtió en el ámbito exclusivo de las mujeres mientras que el resto de la ciudad y las oportunidades de un trabajo remunerado se constituyeron en dominio masculino. Una división que después se prolongó en los barrios que, a partir de la Segunda Guerra Mundial, se construyeron en las afueras de las ciudades, donde las mujeres continuaron alejadas de las oportunidades de empleo.
Por otra parte, y hasta ahora, en muchos casos cuando las mujeres realizan un trabajo remunerado en sus casas lo hacen más por necesidad que por elección, como una manera de conseguir recursos económicos. Ahora bien, en un momento dominado por las nuevas tecnologÃas, lo ideal serÃa que una mujer pudiera decidir donde quiere trabajar y que quedarse en casa efectuando un trabajo remunerado pudiera ser una de las opciones. Es el caso de artistas, artesanas, miembros de profesiones liberales, etc…
Todo ello pasa por una mejor adecuación de la casa tanto a las actividades productivas como a las domésticas. Para muchas mujeres esta solución no es ni deseable ni factible porque puede conducir al aislamiento. Sin embargo, es un planteamiento a tener en cuenta que significa redefinir el sentido de las «viviendas» y el de la «comunidad» y que tiene sus raÃces en la arquitectura popular y en las propuestas utópicas de diseño –por ejemplo las del arquitecto francés del siglo XVIII Ledoux –. Determinar ese sentido supone revisar la relación entre espacio y tiempo.
Otro de los elementos que han puesto en cuestión las feministas ha sido el programa doméstico tradicional porque hasta el momento las casas que habitamos han reflejado las necesidades de una familia nuclear y su caracterÃstica división del trabajo. Y asÃ, una de las propuestas del feminismo es la colectivización de las tareas doméstica, que liberarÃa a las mujeres de lo que se puede percibir como una prisión y que convertirÃa la mayorÃa de las habitaciones privadas en semiprivadas. Es lo que proponÃa Ghislaine Hermanuz, apostando por casas compartidas por dos familias, donde los espacios para los niños estarÃan conectados con un cuarto de estar comunal, que actuarÃa como una especie de guarderÃa en la que una de las madres podrÃa estar empleada.
Asimismo, otra idea ha sido construir bloques de edificios que se pudieran dedicar a las actividades productivas pero, al mismo tiempo, a vivienda, situando, por ejemplo, en la parte inferior los negocios y conectándolos con los habitáculos de la parte superior. Es lo que planteaba Jane Jacobs, en su libro The Life and Death of Great American Cities, donde ponÃa de relieve los problemas de las ciudades con espacios de producción y reproducción separados: crean paisajes de miedo y de aislamiento con respecto a las mujeres. Jacobs sugerÃa la creación de comunidades mezcladas.
Pero las arquitectas feministas no sólo piensan en las mujeres, a menudo se han dedicado a trabajar para los colectivos más desfavorecidos. Es el caso de Barbara Knecht que ha realizado viviendas para gente con «necesidades especiales», una práctica a la que ciertos sectores del feminismo se oponen al pensar que construir para personas con necesidades especiales no deja de ser una manera de señalar su especialidad y es un modo de segregar y marcar diferencias. Desde la perspectiva feminista, todos en alguna ocasión de nuestra vida tenemos necesidades especiales y cuando se diseña un edificio habrÃa que tenerlo en cuenta, de forma que esté adaptado para el mayor número posible de personas.
Diseño de producto: transformar el panorama doméstico y diseñar tecnologÃa
Las diseñadoras feministas entienden que es preciso replantearse qué significa para las mujeres vivir en los ambientes en que viven y, por tanto, piensan que hay que someter a un profundo cambio el programa doméstico tradicional porque es donde, en buena parte, se construye la identidad de género. Por supuesto, otra de las ideas centrales ha sido, redefinir qué es el diseño introduciendo la visión feminista.
Ser mujer y ser feminista implica cambiar los estereotipos del diseño de «productos para mujeres». Lo cual, para algunas feministas, supone también pensar en los productos que más utilizan las mujeres y tratar de hacerlos más efectivos. De ahà que sea necesario utilizar la tecnologÃa del modo más apropiado posible, lo que entraña ser sensible con el medio ambiente y también cuidar de la estética.
Amelia Amon ha puesto de relieve que cuando cualquier diseñador se enfrenta a su trabajo deberÃa preguntarse: «¿Cómo podemos cumplir con las necesidades humanas y, al mismo tiempo, mantener la protección ecológica y su restauración? ¿Cómo podemos hacer los diseñadores para dedicarnos a algo más que replicar los productos industriales y su polÃtica? ¿Cómo podemos crear tecnologÃas más humanas y más armónicas con el medioambiente natural?».
Amon piensa que la teorÃa y la práctica de las diseñadoras feministas deberÃan orientarse a promover un pensamiento tecnológico que sirviera realmente para realzar y mejorar la calidad de vida: «La combinación de tecnologÃas respetuosas con el medioambiente y la habilidad de producir exacta y únicamente lo que el cliente necesita puede ser el cambio paradigmático esencial. El desafÃo está en moverse desde una economÃa donde los diseñadores ayudan a las empresas a empujar productos con el mÃnimo aceptable en mente a una en la que los diseñadores ocupen un lugar central en la interpretación de las necesidades de la gente y los productos deseados.»
Por otro lado, ser feminista, además, significa apoyar el trabajo y el avance de las mujeres como una parte crÃtica de su cometido en la práctica de un “buen diseñoâ€. Y esa idea de «buen diseño» está directamente relacionada con hacer diseños que sean para todos.
En este sentido, Nancy Perkins ha llamado la atención sobre que en la mayorÃa de las asociaciones de diseñadores y en los puestos de dirección de las empresas –o lo que es lo mismo en los puestos desde los que es posible tomar decisiones–, el número de mujeres sigue siendo todavÃa bastante reducido. De ahà que su influencia en la dirección que ha de tomar el diseño sea bastante limitada. Para Perkins, esa escasa cantidad de féminas es una pérdida para la disciplina del diseño en general, pues su presencia marca diferencias: «Cuando las mujeres no aparecen en las decisiones clave de los procesos de desarrollo de producto, los criterios de lo que es confortable, apropiado y atractivo para las mujeres pueden pasarse por alto.»
Se trata de cambiar ese estado de cosas porque la influencia de las mujeres en el progreso tecnológico es crucial. Las diseñadoras feministas intentan promover un pensamiento tecnológico enfocado hacia la mejora de la calidad de vida.
Dentro del diseño de producto también encontramos a feministas que se resisten a los estereotipos de género. Muchas de ellas son conscientes de que es necesario que las mujeres trabajen en la mejora o en la creación de productos generalmente utilizados por las féminas, productos tan cotidianos como puede ser un biberón, a los que la experiencia femenina tiene mucho que aportar por su experiencia de uso. Sin embargo, rechazan la idea de que simplemente por su sexo hayan de ser excluidas de otro tipo de trabajos, digamos que más «duros» tecnológicamente hablando, como puede ser el diseño de vehÃculos para el transporte colectivo y otros artefactos estimados como propiamente industriales cuyo diseño, todavÃa hoy en dÃa, sigue siendo de dominio masculino.
Por otra parte, y especialmente en la actualidad, muchas de ellas tratan de ir un poco más allá de la pura utilidad y con su trabajo intentan estimular todos los sentidos. Y si, en el diseño en general, se han valorado siempre los aspectos visuales más relacionados con una supuesta objetividad –recordemos que aquello que se ve se estima una evidencia de verdad–, ahora además se piensa en todo aquello que pueda estimular al tacto, al olfato o al oÃdo, considerados siempre sentidos más relacionados con la subjetividad y, asimismo, más próximos al cuerpo que a la cabeza, si puede expresarse de esta manera.
Diseño gráfico feminista: conectividad y colaboración
Respecto a las perspectivas feministas en el campo del diseño gráfico, hay que señalar que el feminismo desde siempre ha sido consciente de que las imágenes, signos, estilos y sÃmbolos, etc., forman parte de sistemas de comunicación complejos y sofisticados. De ahà que los movimientos feministas pronto recurrieran al diseño gráfico como una herramienta de denuncia, crÃtica o movilización y que hayan puesto especial énfasis en el análisis de los sistemas de representación. Para el feminismo, la gráfica ha sido crucial. Como ha señalado Liz McQuiston, toda batalla necesita sus heraldos y uniformes y cada campaña de propaganda necesita de apoyo visual. Todo ello ha dado lugar a una imaginerÃa propia y también a unas lÃneas de trabajo que manifiestan cierta unidad entre ellas.
El uso que las diseñadoras feministas han hecho de determinados elementos gráficos no es muy distinto del resto de la gráfica polÃtica, por ejemplo, y, en otros muchos casos, –especialmente en el diseño realizado durante la década de 1990 no ligado a una reivindicación directa aunque sà inspirado por la ideologÃa feminista–, se puede decir que los planteamientos gráficos son bastante similares a los de un buen número de diseñadores postmodernos.Â
![]() |
Sheila Levrant de Bretteville, cartel para el Congreso Women in Design, 1975. |
El feminismo ha demostrado que la visualidad, es decir, las condiciones de cómo vemos y construimos el significado de lo que vemos, es una de las claves para entender cómo el género se inscribe en la cultura occidental. Como decÃa John Berger en Modos de ver, la manera de ver las cosas está influida por lo que conocemos o creemos. En este sentido, Modos de Ver, es un texto imprescindible para entender algunas de las posturas feministas ante la construcción de la cultura visual pues ha influido enormemente en el debate sobre las polÃticas de representación y ha venido obligando desde entonces a las diseñadoras del feminismo a reflexionar sobre cómo se trata la imagen de hombres y mujeres en los mensajes que contribuye a difundir el diseño gráfico.
Desde la perspectiva feminista, por tanto, las imágenes no solamente narran las relaciones de poder sino que sostienen estas relaciones dentro de su estructura formal y en sus condiciones de distribución. Eso lo saben todos los diseñadores ya sean hombres o mujeres, pues son conscientes de que el diseño gráfico tiene un papel importante a la hora de definir la cultura visual y que ellos son, precisamente, quienes se encargan de construir ese diseño gráfico.
Pero si hablamos ya concretamente del diseño gráfico realizado por feministas, hay que señalar que fundamentalmente se ha concentrado en la comunicación –como una forma de oposición a lo que conlleva el diseño gráfico relacionado con el producto–, en la búsqueda de valores propiamente femeninos y en el uso de la experiencia personal como fuente de inspiración. Ha puesto énfasis en los métodos cooperativos y ha propuesto un redefinición del proceso de diseño.
Las diseñadoras gráficas feministas han insistido en que una buena parte de las definiciones que se han hecho del diseño no servÃan porque eran exclusivas y excluyentes. Y esas definiciones daban lugar, sin duda, a un determinado tipo de desarrollos formales, de ahà que se haya considerado necesario, también, discutir sobre el peso de la estética del diseño como consecuencia, además, de una reflexión sobre el orden establecido, las nociones de calidad y los principios estilÃsticos de elegancia, simplicidad y pureza que habÃan surgido de la Bauhaus, una serie de valores que se habÃan generado desde la masculinidad.
Frente a esa idea de lo moderno, las feministas han propuesto una serie de valores basados en la conectividad, la interacción y una orientación hacia estructuras no jerárquicas. Éstos han ganado terreno a medida que las mujeres han empezado a utilizar las nuevas tecnologÃas, muchas de las cuales han permitido la puesta en práctica de los mismos.
Algunas diseñadoras, como Sheila Levrant de Bretteville o Marlene McCarty, han hecho suyo el eslogan que ha venido marcando al feminismo desde los años setenta: «lo personal es polÃtico». Son ejemplos de profesionales que han usado sus capacidades como comunicadoras para tratar temas que conciernen a las mujeres. Aquà el diseño gráfico se convierte en un proceso donde las imágenes y el texto tratan, directamente, de persuadir e informar a la audiencia.
En ese sentido, dentro de la gráfica, el feminismo ha introducido nuevas perspectivas sobre la metodologÃa de trabajo –proponiendo prácticas colaborativas y trabajo en equipo–, los valores y la ética como elementos que habrÃan de ser corrientes en la tarea diaria y la relación con la polÃtica.
Pero volviendo a De Bretteville, esta diseñadora describe el diseño feminista como una manera de hacer preocupada por el «cuidado», una palabra que está presente, también, en los discursos de arquitectas y diseñadoras de producto y que lleva a términos de diseño la ética del cuidado de Foucault. Para ella, el diseño feminista serÃa más bien una actitud que un conjunto de demostraciones formales con unas caracterÃsticas propias.
Sin embargo, hay que decir que la mayorÃa de los trabajos realizados por profesionales feministas comparten una serie de caracterÃsticas, aunque de ello no pueda deducirse que exista una estética única y determinada. La misma ligazón con el tronco feminista común impide una caracterización universal. Pero, veamos algunas de esas posibles caracterÃsticas.
En primer lugar, hay que señalar que parte de la fuerza polÃtica de las prácticas del diseño feminista ha consistido, como sucede también en mundo del arte, en una estrategia voluntaria de ruptura con la perfección estética que ha sido caracterÃstica del diseño gráfico, un diseño realizado en su mayorÃa por hombres.
Las diseñadoras gráficas feministas, han utilizado –como ha sucedido con las artistas– el collage, el fotomontaje y el bricolaje, en un intento de rebatir la lógica unificadora y lineal de la cultura visual occidental, unas estrategias estéticas que han sido notablemente impulsadas por el ordenador, aunque ya se estaban aplicando antes de su aparición.
El collage y el fotomontaje son una buena manera de incorporar elementos populares al diseño directamente emparentada con un estética que se ha considerado como propiamente underground, conscientemente elegida, por un lado como sÃmbolo de rebelión ante lo establecido y, por otro, para socavar la pureza formal que desde las vanguardias históricas ha venido dominando al diseño gráfico y encontró su máxima expresión en la Escuela Suiza. En ese sentido, en la gráfica feminista podemos encontrar propuestas realmente «sucias», muy próximas a las expresiones del movimiento Punk.
![]() |
SisterSerpents, fotocollaje, ca. 1990. |
Las «campañas» del colectivo de artistas y diseñadoras feministas de Chicago SisterSerpents ejemplifican perfectamente esta opción estética. Realizadas con poquÃsimos recursos, mediante fotografÃas tomadas de periódicos, una tipografÃa hecha a mano –aquà tendrÃamos más bien que hablar de caligrafÃa– o recortada de revistas y otros medios impresos, al modo dadaÃsta, sin retÃcula y, por tanto, sin que nada parezca haber sido diseñado resultan de una crudeza apropiada a la dureza de los mensajes transmitidos donde siempre está presente la denuncia.
Como puede verse en el trabajo de SisterSerpents pero no únicamente en el de ellas, una de las estrategias más habituales en la gráfica feminista ha sido la apropiación del lenguaje de los medios de comunicación y el recurso a la parodia y la ironÃa, utilizadas con fines transgresores. Una estrategia que, sin duda, se comparte con un buen número de artistas feministas o no, pero en todo caso, postmodernas, entre las que puede mencionarse a Barbara Kruger, Jenny Holzer o Martha Rosler.
El uso del color, en manos feministas, se convierte también en una cuestión polÃtica. La diseñadora Sheila Levrant de Bretteville, por citar un ejemplo, ha investigado sobre los significados simbólicos de ciertos colores suaves, como el rosa, tradicionalmente asociados a las mujeres. De Bretteville ha empleado este color identificado con la delicadeza femenina, como un tono radical que puede transmitir la fuerza y el orgullo de ser mujer.
Por lo que se refiere a la selección de imágenes, ha ido evolucionando con el tiempo pero siempre muy ligada a las cuestiones que en cada momento han preocupado al movimiento feminista.
A modo de conclusión
Si la voz feminista «general» se ha centrado en la heterogeneidad, diversidad y diferencia, la voz feminista en arquitectura, diseño industrial y gráfico, tampoco se ha despegado de estos conceptos que se han convertido en una constante. Desde el punto de vista de la práctica, las feministas se orientan hacia un diseño más sensible no sólo a las necesidades de las mujeres sino, también, a las de un amplio espectro de población.
Para saber más:
Deepwell, K. (ed.): Nueva crÃtica feminista de arte. Estrategias crÃticas, Madrid, Ediciones Cátedra, 1998.
Jones, A. (comp.): The feminism and visual culture reader, Londres/Nueva York, Routledge, 2003.
McQuiston, M.: Women in Design. A contemporary view, Londres, Trefoil Publications, 1988.
McQuiston, L.: Suffragettes to She–Devils: Women’s Liberation and Beyond, Londres y Nueva York, Phaidon, 1997.
![]() |

Diseño y activismo.
Un poco de historia

Diseño activista por un mundo sostenible

El problema de la libertad.
Sobre diseño y activismo

Diseño gráfico y reivindicación

Manifiesto First Things First 2000

Cuando la letra puede cambiar el mundo. Futurismo, Dadá y tipos

La lucha antifranquista
y la gráfica Pop catalana

Diseño gráfico y arte activista. Un proyecto docente en México

First Things First Manifesto

Un Mundo Feliz:
«El activismo es una actitud»